sábado, 3 de marzo de 2012

Ana


A pesar de que ya tenía cierta idea acerca de quién traía los regalos el 24 de diciembre, Ana giraba inquieta en su cama, no quería dormirse para poder comprobar si lo que le habían dicho sus compañeros de escuela era cierto, sin embargo no se sentía desilusionada, a sus 11 años y medio la inocencia comenzaba a dejar paso a la pubertad y en una ciudad como Tijuana, en la que las tradiciones locales son las del país vecino, la noche de navidad era una de las más importantes para los niños de la zona, no por la llegada del salvador de la humanidad anunciado y adoptado por la religión dominante, sino por la llegada de Santa, salvador de las grandes cadenas comerciales y adoptado por los incautos hombres deseosos de comprar o regalar el afecto que no poseen.

Sus padres la habían mandado a dormir antes de las nueve de la noche seguramente con la esperanza de que el aburrimiento lograra hacer que se durmiera pronto y así poder terminar ellos también temprano con su labor, pero ella estaba decidida  a descubrir quien le dejaba los regalos cada año, en el fondo de su corazón de niña todavía guardaba la esperanza de que santa entrara por alguna ventana de la sala, colocara sus regalos y disfrutara de una o dos galletas con leche que ella había preparado con su madre por la tarde para él. 

El reloj de Alicia y el conejo colocado en la pared frente a su cama indicaba las once de la noche cuando su padre entro en su cuarto con cierta agitación, de modo que ella no pudo simular que dormía, su padre le sonrió y se acerco a su cama, acarició su cabello y la insto a dormirse de nuevo “si no Santa no va a venir”. Ella se incorporo un poco para abrazarlo, beso su mejilla y le dio las buenas noches, el correspondió de la misma forma y camino hacia la puerta, pero antes de salir le dijo “Descansa y aunque escuches a santa queriendo entrar a la casa no bajes”. Al escuchar esas palabras Ana entendió que santa no vendría, que sus padres se encargarían como todos los años de colocar sus juguetes bajo el árbol, miro por la ventana y no obstante el conocimiento recién adquirido deseo con todas sus fuerzas que apareciera brillante el trineo rojo lleno de juguetes y poder ver al reno de la nariz roja de la canción que tarareaba cada navidad.

Despertó en la madrugada, poco después de las tres de la mañana, se enojo un poco consigo misma por haberse quedado dormida como todos los años, seguramente los regalos ya estarían en su sitio y ella, aunque ahora sabía la verdad, no había sido capaz de ver al encargado de colocarlos. Se giró en la cama y pensó de nuevo en los renos, la tenue luz de la luna se filtraba por las delgadas cortinas de su habitación reflejando las sombras de las ramas del árbol del patio trasero de su casa. Se levanto para ir al baño, si bien tenía un poco de ganas, era más el deseo de mirar sus juguetes debajo del árbol. Salió de su habitación y escucho ruidos, se acerco lentamente al balcón de la escalera y con la poca luz que se filtraba por las ventanas pudo ver una silueta agachada a un lado del árbol. Su corazón comenzó a latir acelerado, no lograba decidir si bajar corriendo para ver si era santa o esperar a que la figura, subiera a la habitación de sus padres o saliera de la casa y se subiera a su trineo a seguir con su labor. Decidió que no podía dejar pasar la oportunidad de conocer a santa y bajo despacio por la escalera, camino sin hacer ruido hasta la mesita de centro en donde habían dejado las galletas con leche, las tomo con cuidado junto con el celular de su padre, “que suerte” pensó, no solo podre conocerlo sino que le tomare una foto. Preparo la cámara de video del teléfono y camino hacia él, estaba a un par de metros de distancia cuando se encendió la luz y pudo ver a través de la pantalla del teléfono a un santa bastante delgado y sin barba que tenía al señor gato muerto en sus manos llenas de sangre, lo mismo que sus ropas, horrorizada miro a través de la pantalla del celular como colgaban de su boca pedazos de carne y entrañas del animal, alcanzo a escuchar el grito despavorido de su madre cuando el malvado santa se lanzó sobre ella, pero no pudo moverse, el miedo paralizo sus músculos y solo pudo sentir el dolor en su hombro, seguido del brusco aventón que su madre le dio para separarla de santa. Tirada en el suelo y completamente confundida, adolorida y temerosa alcanzó el teléfono empapado de leche y grabo a su madre defendiéndose de santa hasta que llego su papi y lo golpeo en la cabeza con la botella de tequila que le habían dado en la oficina como regalo navideño hasta que se rompieron la botella y la cabeza de santa.

La primera en llegar a su lado fue su madre, y ella no pudo más que preguntar si aquel era en realidad santa, su madre llorando solo atino a responder “Duerme pequeña, descansa, te llevaremos al doctor y veras que cuando despiertes ya no sentirás ningún dolor”.

Ana se desmayo entonces y cuando despertó, tal como se lo dijo su madre el dolor se había ido, solo quedaba en su ser una necesidad, comer.

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